domingo, 30 de noviembre de 2008

Silencio

Puede que haya una distancia infinita entre el silencio y su quiebre. Aún cuando alguien se dispusiera a hacer un análisis exhaustivo de las infinitas formas del silencio no obtendría más que la confirmación que implica su esencia: el vacío.

Creo que hoy existe un tipo de silencio suficientemente cruel para impulsarme a terminar escribiendo de algo que en ningún momento estuvo en mi mente sino hasta el momento crucial en que nace aquella típica determinación recurrente de escribir. Aquel ritual pausado, o enviciado, o quizás tan sólo eufórico, de buscar entre las líneas las palabras a las que se las ha de hacer nacer sin completa conciencia del resultado transitorio, final, principal; no importa, es algún tipo de resultado. Y ese resultado es un quiebre, un quiebre del silencio que se teme romper por encontrar en el ruido objetos de nosotros mismo que perdimos alguna vez por obra y gracia de nuestra fingida voluntad.

Llegado a tal punto no existe nada en mí que no desee arrojar mi cuerpo inerte por los vacíos de callejones olvidados con huellas impresas del paso de algo que quizás podría llamar “yo”.

Silencio.

Silencio es aquello que intentamos asir por el cuello, esperando verle de frente al muy hijo de puta, pero se escurre, se hace presente en el caos, en el ruido, en la no-comunicación significante, en el puto gran Otro Lacaniano. Huye con todos ellos, no me esforzaré en alcanzarte. No hoy, ya me dejaste claro que detrás de ti no encontraré más que tu secreto designio.

Silencio.

1 comentario:

Eduviges dijo...

silenci-o- sólo mi gata lo conoce y no lo cuenta.