sábado, 28 de marzo de 2009

La música del azar

Al parecer mi pasión por el azar se ha mantenido vigente sin ser del todo consciente de ello. No se porque será que tanto me atrae, pero me es inevitable encontrar en él una belleza única, armonía en el caos. No se siquiera que sea de esa forma, pero me apasiona y ello es innegable.

Me parece de una naturaleza casi evidente el miedo que provoca en las personas la concepción de una existencia azarosa o estocástica, para el caso da igual. Hay una tendencia genuina a la configuración de la idea de identidad, de uno, irrepetible y (siendo lo más importante para el caso) esencial. El ser es nuestro, es dado del nacimiento y su configuración se ordena en base a la contingencia de la vida, azar. Pero, ¿qué pasa si prescindimos de aquel ser sustancial o esencial que se configura? Si lo pensáramos de un pragmatismo asociacionista extremo eliminamos todo vestigio de esencia del se humano, “rebajándolo” al grado de mera contingencia. “Soy lo que soy porque he llegado a ser”. ¿Es muy difícil de aceptar una condición así? ¿Se puede tildar ello de insignificación al hombre, de despojarlo de su posibilidad de trascendencia? ¿Qué nos hace pensar que somos superiores, que por el mero hecho de pensar en nuestra existencia seamos más dignos, seamos elegidos de algún dios, que estemos eximidos de los designios de algún evolucionismo, que debamos tener alma, ser esenciales? Después de todo el paradigma reinante es el que derivamos de monos cuyo intelecto no consideraba el “sapiens sapiens”. No me parece en ningún caso que la identidad moldeada y configurada en primeros términos por mera contingencia le reste algo al hombre como tampoco le agregue. Lo posiciono como un hecho, sin más. No me parece ni horrible, ni escandaloso, sigo siendo igual de digno y “humano”. Al contrario, creo encontrar cierta belleza en ello. Es la belleza de la música del azar.