martes, 1 de septiembre de 2009

Personaje y Metapersonaje

Hace tiempo que viene germinando en mí la idea de que existen 2 maneras de instalarse en el mundo que coexisten a momentos en un eterno vaivén inconcluso, único, particular, personal; pero que a cuya base se manifiesta de manera fenomenológica una sensación a ratos consciente a ratos inconsciente que quizás trascienda la propia individualidad. Tomé la determinación de nombrarlas personaje y metapersonaje por haber logrado racionalizar la idea por primera vez gracias a una novela, siendo que la sensación, o una especie de intuición oscura, de lo que intento escribir, venia de tiempo atrás. Personaje se refiere a la interacción de manera sintónica con cierto contexto, cuando la configuración individual cede a una configuración de momento en el cual el propio rol es el predominante, exactamente como un personaje dentro de una novela o una película en la que cada paso, cada movimiento, cada palabra y cada gesto, quedan imbuidos de una suerte de pseudopredeterminación. O bien metapersonaje, cuando notamos, y más aún, experienciamos al personaje como un otro ajeno, el “personaje secundario” de una historia que pasa a ser narrador, pudiendo haber no uno, sino infinitos metapersonajes narrándose unos a otros. Un personaje, no tiene la noción de si mismo, es parte de los sucesos, crea la historia en tanto es creado por ella en una interdependencia indisoluble. Actúa de manera tal, que en la memoria de un metapersonaje el recuerdo es vivido más como una estética que como un hecho positivo. Dostoievski logra un efecto único que, para mi gusto, plantea el punto perfecto en que los personajes son vividos exactamente como personajes. Su humanidad casi autónoma plantea de por si una paradoja insolventable, provoca aquel efecto chocante en la que la existencia de cada uno de ellos es un como si no estuviera gobernado por la mano de Dostoievski, un como si cada uno de ellos actuara porque así lo determina la situación y su personaje. Dostoievski es el único metapersonaje de sus historias, el único personaje secundario inexistente, a la vez que la maquinaria divina que posibilita los personajes en un eterno como si. En contraposición, por ejemplo, la estructura narrativa de On the Road de Jack Kerouac, que aunque autobiográfica, el leerlo me produce una ansiedad horrible al sentir la desesperación que él mismo, Kerouac (Sal Paradise), siente de embarcarse en este viaje, cruzar el puto país junto a aquel desquiciado de Neal Cassady (Dean Moriarty) y vivir, sentir esa extraña sensación de ser, por fin, un personaje.

Recuerdo un pasaje del libro que quedó plasmado en mi memoria, me parece ser bastante clarificador:

A tremendous thing happened when Dean met Carlo Marx. Two keen minds that they are, they took to each other at the drop of a hat. Two piercing eyes glanced into two piercing eyes - the holy con-man with the shining mind, and the sorrowful poetic con-man with the dark mind that is Carlo Marx. From that moment on I saw very little of Dean, and I was a little sorry too. Their energies met head on, I was a lout compared, I couldn’t keep up with them.”

Sobra decir que la unión de 2 personajes tiende a doblar la situación de uno. Y que para tragedia de un metapersonaje envidioso puede representar teatralmente el núcleo de su eventual alienación situacional. Y sería quizás una blasfemia condenar al propio Kerouac como un miserable metapersonaje que deja constancia de un relato que cuenta otro relato, un metapersonaje dentro de un metarelato. Aunque quizás debería.

Sea como sea, tanto personajes como metapersonajes no comprenden una situación estable dentro de la persona, ni menos un contenido específico de subjetividad, sino más bien una forma dentro de la cual el contenido se encadena de manera cuasi-determinada. Desde cierto punto de vista, ambas formas representan una alienación violenta en cuanto la cuasi-determinación instaura de por si un vacío interrogativo determinado por la forma predominante que empuja a un cuestionamiento, impulsando al personaje a una condición de metapersonaje como al metapersonaje a un meta-metapersonaje. Pero no pretendo con ello remitir cada cuestionamiento a un nivel interrogatorio infinito, sino que, al menos a simple vista pareciera que este último, el meta-metapersonaje corresponda el final del ciclo.

Hace algún tiempo, escribí acerca de cierta “vocecilla” que se comportaba como un comentario constante del propio pensamiento. Sintiendo siempre que ella, era la causante de toda pérdida de tiempo, pérdida de goce. Nada más irritante que un constante murmullo con personalidad cientificista, un jodido adepto del positivismo más radical. Y dentro de tu mente. Comentando.

No, estimado lector, no es mi intención dar muestras manifiestas de una esquizofrenia mal camuflada. Mi intención radica, más bien, en el esclarecimiento, quizás un tanto ambicioso, de pautas fenomenológicas que rigen el padecer en algún punto entre la percepción del mundo y la consciencia del mismo. No como si ésta fuera la manera de percibir, sino más bien como una visión instaurada en el corazón de todo acto intelectivo en la mente de su creador.