miércoles, 10 de febrero de 2010

Breve Idea de Locura Social

La locura es algo curioso, es algo que, imputable a unos pocos, todos se creen merecedores de poseer, y más aún se jactan de ello como índice de individualidad. Cuantas veces he escuchado decir a las personas que se consideran a sí mismas locas, o bien que consideran a este o a este otro como loco, siendo que si uno se pone a recopilar los dichos caemos en la cuenta de que finalmente nadie se salva de la denominación, a no ser de unos pocos (des)afortunados, que curiosamente caen dentro de una norma esperada. O al menos eso pareciera hasta que terminan o pegándose un tiro o abrumadas por una neurosis exacerbada que más bien intenta cubrir otros problemas subyacentes. Pero esa locura autoprofesada, esa denominación de locura ES la norma. Es el grito desesperado por legitimar su persona como distinta. Es lo exótico, lo no-dicho, lo validado y repudiado socialmente, lo permitido mediante el silencio. Como los fetiches, como la “broma” analógica, como la risa ante la desgracia, etc. Parecieran disímiles, pero tienen esa cuota de acercarse mediante la lejanía de su objeto y la manera en que satisface algún deseo. Es decir, el fetiche es aquello que mediante un objeto poco común satisface un deseo cuyo objeto común es otro, la broma “analógica” acerca mediante un acto de palabra 2 cosas en apariencia disímiles ante un objetivo común de manera de saldar su distancia y poner de manifiesta realidad “fáctica” y realidad “subjetiva”, la risa ante la desgracia junta los contrarios manifestando un “ese que está ahí no soy yo”. Y todos ellos, unos más que otros, son miradas con cierto recelo, porque dan cuenta de maneras “extrañas” (locas) de enfrentar situaciones que se alejan de la norma.

“Es la marca de una nueva experiencia del lenguaje y de las cosas. En los márgenes de un saber que separa los seres, los signos y las similitudes, y como para limitar su poder, el loco asegura la función del homosemantismo: junta todos los signos y los llena de una semejanza que no para de proliferar”. (Foucault, Las palabras y las cosas, Ed. Siglo XXI, pág. 56)

El loco, el loco de verdad, no logra hacer la distinción entre los objetos, no está sujeto al “acto de unir” semántico, pues su acción lo presupone, su acto es una y todas las cosas a la vez. Es una constante analogía, en la que las distancias están quebradas. Es el psicótico que no encuentra cabida en la manera de utilizar el lenguaje que todos conocemos. No cumpliría el requisito presentado por Saussure en que las palabras se individualizan por diferenciación, pues esta no existe realmente, o existe de manera tan vaga que es difícil comprender el límite. Su discurso incomoda, saca de quicio y complica su comprensión o la imposibilita. Entiende de manera diferente y no se adhiere a la norma porque no encuentra cabida en su discurso.

El “loco” social, es aquel que muestra algo de sí mismo, sin más. Es, por paradójico que suene, una condición necesaria para la normalidad. Aquel que se considera loco entiende con ello que ejerce ciertos actos repudiables o extraños a la sociedad, pero suscritos a ella y validados en ciertas esferas. Es, finalmente, la comprensión pragmática, la manera en que se tejen las consecuencias dentro del macro discurso de lo social.

sábado, 9 de enero de 2010

BANG

¿Cuál es el apuro? Detesto ese vaivén inconcluso que pareciera detenerse a ratos. Una ilusión. ¿Cuál? Acaso voy de cabeza, por encima, al contrario de ti, con las manillas girando – ¡si es que!- en sentido inverso, de derecha a izquierda. Siguiendo el ciclo de mala manera, desperdiciándote, sólo y sólo por algo aún más y eternamente inconcluso. Por un tiempo que no se completa, que nunca se llena ni se termina. Aunque llegara al fin de los tiempos, no puedo más que concebirme atravesado por él, completamente aplastado por él. Un eterno presente es un eterno futuro, a menos que me quitaran mi razón, éstas palabras malditas que apenas logro articular, junto a tiros, como quien pesca el más grande pez pensado, jalando y soltando, jalando y soltando. ¿Y si Nietzsche tenía razón? Estaría condenado a vivir este infierno temporal por la eternidad, por ahora, antes y siempre. Y ésta no es ni será la primera ni la última. ES, con mayúsculas. El ser sería ello, un absurdo. La respuesta por el ser seria venir y girar. Como Alicia y los animales intentando secarse. La carrera ha comenzado. Todos compiten, pero todos corremos en círculos. ¿Quién es el ganador? ¿La religión? Ellos corren como jodidos histéricos buscando una aprobación especular. “!Soy yo! Hago las cosas bien, ¿me merezco algo mejor? Ahora tiene sentido, ¡vamos ganando! ¡Todos ganamos!” Todo está ahí, en ese condenado libro, es cosa de saber leerlo, puede ser la biblia de nuestros tiempos. Quizás en un par de miles de años ya a nadie le va a importar si ella existió o no. Lewis Carroll, el profeta. Vamos… Nostradamus es la sombra. Post hoc, ergo ante hoc. Hermetismo puro. Quizás yo sea Hermes. Y no hay diferencia con el eterno retorno. ¿Post-modernismo? Ven, vamos a de(con)struir el tiempo, la vida misma. Lo dado, lo por darse. Todo amigo, como una jodida caja de pandora. ¿Del bien? Eso es y nada más. La creación, el génesis. Es todo tan claro. Tomaré mis pantuflas, surcaré los 20 saurios, un velocirraptor y un cronómetro. Verás, nunca lo habrás pasado tan bien. No te lo puedes perder.

¡BANG!