martes, 22 de julio de 2008

Viernes, sabado, domingo, lunes, martes, miércoles



Por más vivido que tengo el sentimiento de aquel día, los hechos concretos se han ido desperdigando por mi memoria. Recuerdo la ansiedad que tuve los días siguientes por escribir aquella velada con el mayor lujo de detalles que me permitiera mi memoria, de manera de lograr recordarlo todo, o al menos, la mayor parte de ello. El efecto me habrá durado una semana. Quizás más, es difícil decirlo después de tanto tiempo. Nunca lo escribí. No porque no haya querido, sino porque que quería comprar primero un libro en donde escribirlo. Hace algún tiempo atrás que andaba con la idea de escribir ciertas memorias que me pareciera importante recordar, o tan solo, algún libro donde poder garabatear una que otra ocurrencia. Aún hoy me arrepiento de no haberme sentado a escribirlo, sin importar donde. Después de todo, el lugar en donde reposaran las palabras, ahora que lo pienso, era el detalle menos importante.

Me produce profunda tristeza saber que por más que trate, nunca lograré plasmar satisfactoriamente lo que significó para mí. Las palabras correctas se perdieron con la espera. Yo sé que el recuerdo quedará impregnado en cada acto que ejecute hasta el momento de mi muerte, pero me es inevitable lamentar la pérdida. A veces me pregunto si todo aquello realmente pasó. Quizás haya tenido el más bello sueño que mi mente ha logrado concebir, quizás no haya sido más que un alegre delirio. Más, me gusta creer que todo sucedió de manera tan real como que yo escribo ahora. Me siento profundamente feliz de sentir el peso de la realidad de los hechos cada vez que escucho su voz. Aquella voz que juras no volverás a oír en tu vida. Aquella voz que sabes, con infinita certeza, extrañarás profundamente en el momento en que abras los ojos. Y por más imposible que pudiera parecer, aquella misma voz me repite infinitas veces cuanto me quiere cada día. Sé que nunca entenderé como pudo ocurrir. A veces los sueños toman aquella textura inconfundible de aquello que llamamos realidad. A veces, la realidad toma aquel matiz inconfundible de aquello que llamamos soñar. Y no tenemos más que dejarnos llevar por aquello que no entendemos, más disfrutamos como si hubiéramos esperado toda la vida por ello.

Al momento de sentarme a escribir pensé en escribir los vagos recuerdos de aquel día. Pero la verdad es que me da cierto miedo. Temo arruinar con mis toscas palabras la perfección de un recuerdo convirtiéndolo en un escrito a simple vista imperfecto. Es tan difícil como escribir sobre un sueño. Aquellos en que el tiempo parece ir en sentido contrario, en el que a veces ignoras por completo si existe del todo tiempo. Recuerdo una puesta de sol, la noche y un amanecer. Pero me es completamente desconocido si amaneció antes de ponerse el sol, o si se oscureció al amanecer. Ojala pudiera volver en el tiempo para escribirlo en el momento adecuado. Quizás no sea tarde aún. Tengo la más fiel de los testigos, pero temo su historia. ¿Y si era ella quien soñaba?

3 comentarios:

Mati dijo...

Al contrario de lo que postula Heidegger, no siempre la verdad puede descubrirse a través del lenguaje. En ocasiones, el lenguaje enturbia la realidad; no es capaz de abarcar la enorme magnitud y complejidad que implica, quedando, por lo general, muchas cosas en el tintero, pudiendo éstas ser de cierta importancia para poder comprender un evento.

Eduviges dijo...

hueles a amor, sr zorro.

Consejo de la abuela: guarda los recuerdos en la memoria tactil, sensorial. No los profanes con estas sucias que utilizo ahora para darte el consejo.

John Logan dijo...

Pienso que muchas veces dices no me importa.
Pienso que normalmente actuas como si no te importa.
Y pienso que practicamente vives como si realmente no te importara.

Pero las cosas te importan. Bajo toda esa capa, demasiado.
Es curioso como el amor enblandece dicha capa.

¿Pero cuanto?